Cultura, trabajo y profesión
Cultura, trabajo y profesión
Fco. Javier Chaín Revuelta
Dentro del concepto de cultura no sólo se debe entender el saber intelectual, estético, moral, etc., hay que incluir el saber técnico y profesional. Tampoco puede nadie equivocarse y separar la preparación técnica o profesional de una formación cultural. Preparar para la vida es preparar para la vida social y no simplemente preparar para ganarse el sustento.
Sólo por razón didáctica podría separarse el saber hacer de la técnica del resto del saber. De acuerdo con una opinión tradicional, la concepción del trabajo en la antigüedad clásica se caracteriza por un menosprecio del trabajo y de la actividad manual, en oposición a la concepción hebreo-cristiana que le atribuye un carácter de dignidad y obligación moral. Sin embargo hay que notar que los autores antiguos midieron también el valor económico y moral del trabajo y, lo que es más importante, su valor intelectual y cognoscitivo como medio de descubrimiento de los secretos de la naturaleza, aunque todo esto no anule aquel desprecio por los oficios y aquella exaltación del ideal de la vida contemplativa, tan característica de algunos filósofos, que acabo por hacer posible el divorcio entre la teoría pura y sus aplicaciones prácticas y, según una interpretación discutible, la paralización y decadencia de la ciencia antigua.
Este hecho es patente incluso tratándose de la ciencia moderna: la física, en tanto que física experimental está ligada y depende directamente en su progreso de la construcción de aparatos. Más su carácter experimental no le viene de esto, sino de comportarse frente a la naturaleza como ante su depósito de energía, ante un complejo calculable y previsible de fuerzas a experimentar. Si la técnica artesanal de la antigüedad descubría realidades nuevas al producir lo que la naturaleza no produce sin intervención del hombre, la técnica moderna pone a la naturaleza en condiciones de liberar una energía que puede ser acumulada y transformada, lo que constituye también un modo de descubrimiento. Amabas técnicas operan en el dominio de la verdad y su eficacia lleva implícita la unión de trabajo y conocimiento. El trabajo manual más humilde requiere como ingrediente indispensable al intelectual, y éste a su vez necesita de aquél como una condición necesaria. La relación se da en cualquier nivel: todo saber, todo trabajo intelectual y sus frutos, se une invariablemente a la acción y lejos de ser el tesoro oculto de nuestro pequeño negocio o la contemplación pura del espectáculo del mundo, es el horizonte de toda actividad práctica.
Aun en el caso de que la noción de cultura se utilice desde un punto de vista subjetivo, considerada como saber de un hombre, la actividad ocupacional o profesión hace de catalizador indispensable para que el saber no se diluya y se pierda en brumosas generalidades. No existe el hombre culto sin más, el especialista en segundos planos y vagos contornos pero ayuno de conocimiento positivo y directo. Este punto de cristalización que condensa el saber más auténtico que es el saber hacer, es el que hace posible la perspectiva de ese conjunto de esquemas ideales que nos orientan sobre el valor y la unidad del mundo. La tarea ocupacional lejos de vivir unifica, integra, hace al hombre verdaderamente dueño de sí y conocedor de su propia medida. Por eso la formación cultural, la dirección educativa para la integración de la personalidad, debe considerar inseparables rasgos que de otra manera degeneran en un academismo inútil o en un pragmatismo estéril. fjchain@hotmail.com
Sólo por razón didáctica podría separarse el saber hacer de la técnica del resto del saber. De acuerdo con una opinión tradicional, la concepción del trabajo en la antigüedad clásica se caracteriza por un menosprecio del trabajo y de la actividad manual, en oposición a la concepción hebreo-cristiana que le atribuye un carácter de dignidad y obligación moral. Sin embargo hay que notar que los autores antiguos midieron también el valor económico y moral del trabajo y, lo que es más importante, su valor intelectual y cognoscitivo como medio de descubrimiento de los secretos de la naturaleza, aunque todo esto no anule aquel desprecio por los oficios y aquella exaltación del ideal de la vida contemplativa, tan característica de algunos filósofos, que acabo por hacer posible el divorcio entre la teoría pura y sus aplicaciones prácticas y, según una interpretación discutible, la paralización y decadencia de la ciencia antigua.
Este hecho es patente incluso tratándose de la ciencia moderna: la física, en tanto que física experimental está ligada y depende directamente en su progreso de la construcción de aparatos. Más su carácter experimental no le viene de esto, sino de comportarse frente a la naturaleza como ante su depósito de energía, ante un complejo calculable y previsible de fuerzas a experimentar. Si la técnica artesanal de la antigüedad descubría realidades nuevas al producir lo que la naturaleza no produce sin intervención del hombre, la técnica moderna pone a la naturaleza en condiciones de liberar una energía que puede ser acumulada y transformada, lo que constituye también un modo de descubrimiento. Amabas técnicas operan en el dominio de la verdad y su eficacia lleva implícita la unión de trabajo y conocimiento. El trabajo manual más humilde requiere como ingrediente indispensable al intelectual, y éste a su vez necesita de aquél como una condición necesaria. La relación se da en cualquier nivel: todo saber, todo trabajo intelectual y sus frutos, se une invariablemente a la acción y lejos de ser el tesoro oculto de nuestro pequeño negocio o la contemplación pura del espectáculo del mundo, es el horizonte de toda actividad práctica.
Aun en el caso de que la noción de cultura se utilice desde un punto de vista subjetivo, considerada como saber de un hombre, la actividad ocupacional o profesión hace de catalizador indispensable para que el saber no se diluya y se pierda en brumosas generalidades. No existe el hombre culto sin más, el especialista en segundos planos y vagos contornos pero ayuno de conocimiento positivo y directo. Este punto de cristalización que condensa el saber más auténtico que es el saber hacer, es el que hace posible la perspectiva de ese conjunto de esquemas ideales que nos orientan sobre el valor y la unidad del mundo. La tarea ocupacional lejos de vivir unifica, integra, hace al hombre verdaderamente dueño de sí y conocedor de su propia medida. Por eso la formación cultural, la dirección educativa para la integración de la personalidad, debe considerar inseparables rasgos que de otra manera degeneran en un academismo inútil o en un pragmatismo estéril. fjchain@hotmail.com
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