Inquietud pubertaria
Inquietud pubertaria
Francisco Javier Chaín Revuelta
La enseñanza media es dirigida preferentemente a los jóvenes en convicción de que la adolescencia constituye una etapa bien caracterizada de la vida del educando que exige un tratamiento especialmente dirigido y congruente con la razón y el sentido común. Las personas de razón y sentido común son inmunes al fanatismo, superstición, falsa moral, dogmas, intolerancia, ambición de poder y dinero. Al deseo de imponer la propia voluntad a la voluntad de los demás. Las personas de razón y sentido común rechazan la competencia que implica destrucción y abuso para los demás. Las personas de razón rechazan la competencia. Su sentido común los lleva a un mejor saber y mayor comprensión del mundo. También al dominio técnico que logra elevar desamparados a la equidad. Sin embargo la verdad es que la razón sin la fuerza no logra la justicia. La sola razón produce mártires al par que descubre crímenes de los poderosos. La razón educa no se venga. Muestra fraudes, corrupción y trampas. La razón enseña a púberes gandallas de la democracia que la razón no se enfrenta con garrotazos ni bombas.
La existencia humana sólo es una. Por muy graves que sean las diferencias que ofrecen sus diversos estados psíquicos y biológicos, por muy alejadas que parezcan las características de sus etapas sucesivas, permanece la identidad del hombre. Los rostros sucesivos de cada edad no son hombres nuevos, sino manifestaciones de otros aspectos de su mismo ser. Pero esta unidad esta hecha de diversidades: cada edad, como cada día y cada hora, es un momento vivo de nuestra existencia concreta que se presenta sólo una vez y es absolutamente incanjeable, irrepetible. De ahí la fatalidad del pasado; de ahí también la radical novedad el futuro, el rasgo de invitación, de incitación a la vida.
La dialéctica de la unidad y la diversidad de la vida hace patente un cierto grado de arbitrariedad en la separación de las edades del hombre; pero por otra parte obliga a admitir la existencia de las edades con su carácter propio, tan acusado a veces que el paso de una a otra edad constituye una verdadera crisis para quien lo vive. Es verdad que el carácter del adolescente debe explicarse a partir de la conducta del niño, pero ni se agota en ella ni es una mera continuación de la infancia; como esta última no es la simple preparación del adolescente sino que tiene sus rasgos propios. Así como entre la infancia y la adolescencia se da la crisis de la pubertad; entre la adolescencia y la edad adulta se da la crisis de la experiencia; entre la edad adulta y la madurez, la crisis que proviene de la experiencia de los límites; entre la madurez y la vejez la crisis del desinterés o desapego. La palabra edad, naturalmente, no tiene un valor cronológico estricto. Se trata de una extensa “zona” de la existencia humana a la cual podemos señalar unos límites relativamente precisos. La ubicación de la adolescencia, por ejemplo, es singularmente difícil porque no depende exclusivamente de condiciones biológicas sino muy decisivamente de factores sociológicos y culturales enteramente variables. Desde el punto de vista biológico es posible señalar los límites de la pubertad, el momento en que aparecen los caracteres sexuales secundarios y despiertan las funciones reproductivas. Pero pasada esta crisis la adolescencia continúa –según algunos autores hasta los 22 o 24 años. Se refieren a sociedades muy industrializadas que prolongan esa edad mediante estímulos que retardan la crisis de la experiencia, la integración a la vida del trabajador. Y así como son variables los límites, son variables también, por las condiciones culturales, las características de la adolescencia, las resonancias psicológicas de la inquietud pubertaria, y de las otras crisis y edades de la vida. fjchain@hotmail.com